viernes, 5 de agosto de 2011

El Panteón de Roma era usado como un gran reloj solar, según un estudio




Vía: The Telegraph | Nick Squires | 1 de agosto de 2011 (Traducción: G.C.C. para Terrae Antiqvae)

Es uno de los mejores edificios conservados del mundo romano, un testimonio de más de 2.000 años de antigüedad del inmenso poder y riqueza del imperio.

Pero el misterio ha rodeado siempre lo que hay detrás del inusual diseño del Panteón, un templo gigantesco en el corazón de Roma construido por el emperador Adriano.

Ahora los expertos han llegado a una intrigante teoría: que el templo actuaba como un colosal reloj de sol, con un haz de luz que iluminaba la enorme entrada en el preciso momento en que el emperador accedía al edificio.

Construido por orden de Adriano, y terminado en el 128 d.C., la cúpula semiesférica del Panteón está perforada por un agujero circular de unos 9 metros de ancho, conocido como el "oculus".

El mismo proporciona al interior del edificio su única fuente de luz natural, a la vez que permite que entre la lluvia y -en raras ocasiones- la nieve.

Giulio Magli (foto a la izquierda) un historiador de la arquitectura antigua del Politécnico de Milán, Italia, y Robert Hannah (foto debajo), un estudioso de los clásicos de la Universidad de Otago, en Nueva Zelanda, han descubierto que, precisamente a mediodía, durante el equinoccio de marzo, un haz circular de luz brilla a través del óculo e ilumina la imponente entrada del Panteón.

Ellos han estado trabajando en esta teoría desde el año 2009, pero recientemente han reunido todas sus últimas investigaciones en un artículo publicado en una revista académica, Numen.

Los precisos cálculos realizados sobre el posicionamiento y la construcción del Panteón significan que el tamaño y la forma del haz de luz se adapta perfectamente, hasta el último centímetro, al arco de piedra semicircular encima de la puerta de entrada

Un efecto similar se observa el 21 de abril, cuyo día los romanos celebraban como fecha de la fundación de su ciudad, cuando al mediodía el rayo de sol golpea una rejilla de metal por encima de la puerta de entrada, inundando el patio de columnas exterior con su luz.

La dramática escenografía habría sido vista por los romanos como la elevación de un emperador al reino de los dioses, una afirmación cosmológica de su poder divino cuando entra en el edificio, por lo cual fue utilizado como sala de audiencias, así como lugar de culto.

En efecto, el emperador estaba siendo "invitado" por el sol al entrar en el Panteón, que, como su nombre indica, se había dedicado a las deidades más importantes del mundo romano.

 
"El emperador habría sido iluminado como si fueran luces de un estudio de cine", dijo el profesor Magli. "Los romanos creían que la relación entre el emperador y el cielo estaba en su punto más cercano durante los equinoccios".

"Ello habría sido una glorificación del poder del emperador y de la propia Roma". El sol tenía un significado especial para los romanos, como lo tenía para los antiguos egipcios. El dios Apolo se asoció con el sol, y el emperador Nerón fue representado como el dios griego del sol, Helios, en una estatua gigante llamada el Coloso, el cual dio su nombre al Coliseo.

Uno de los ejemplos más notables de ingeniería de la antigüedad, el buen estado de conservación del Panteón se debe al hecho de que se convirtió en una iglesia en el siglo VII, cuando fue ofrecido al Papa por el emperador bizantino Focas.

El edificio conserva sus puertas de bronce originales y columnas de mármol, algunas de las cuales fueron obtenidas en las canteras del desierto de Egipto y transportadas por barco a lo largo del Nilo y a través del Mediterráneo hasta Roma, con un imenso coste.

Ahora contiene las tumbas de Víctor Manuel II, el primer rey de la Italia unificada, y del artista renacentista Rafael.

La destrucción de Persépolis

NHG. NÚMERO 92, PÁGINA 50


En su invasión del Imperio persa, Alejandro Magno avanzó hasta llegar a su capital, Persépolis. Allí se instaló en los palacios reales, donde una noche, en medio de un banquete, una cortesana lo persuadió de prender fuego a la ciudad. Fue el fin de la capital de los soberanos aqueménidas.

Tras la conquista de Persépolis, la capital del Imperio persa, Alejandro Magno quiso mostrar su poder y determinación ante el mundo, y ordenó incendiar la ciudad que había sido el glorioso símbolo de la dinastía aqueménida. Tras la resonante victoria que obtuvo en la llanura de Gaugamela, en octubre del año 331 a.C., Alejandro Magno vio cómo quedaba abierto el camino a las grandes capitales del Imperio persa. Su rey, Darío III, había huido hacia el norte de sus dominios para reclutar nuevos contingentes con los que enfrentarse a los invasores macedonios.
La ruta hacia el sur, donde se hallaba el corazón político y simbólico del Imperio, quedaba, así, despejada y al alcance del invasor. Las capitales de Babilonia y Susa fueron entregadas por sus respectivos gobernadores sin apenas oponer resistencia: Alejandro pudo, de este modo, hacer su entrada triunfal en Babilonia en medio de grandes fastos. Tampoco la ocupación de Pasagarda y Ecbatana, las otras dos capitales imperiales, presentó excesivas complicaciones. La excepción a la regla fue Persépolis, tal vez las ciudad más emblemática del reino persa, que cada año acogía la espléndida ceremonia de homenaje y sumisión de todos los pueblos al Gran Rey. La imagen ideal del soberano se ha conservado en los impresionantes relieves que adornaban muros y escalinatas de la gran plataforma sobre la que se erigió el imponente complejo palacial.
El camino más corto para alcanzar la ciudad discurría a través de los montes Zagros, límite geográfico oriental de la antigua Mesopotamia, y que constituían una barrera natural en el camino de Alejandro. El acceso a Persépolis se hallaba, por tanto, mucho más protegido que el de Babilonia o Susa. En el principal paso montañoso a lo largo de la ruta, las famosas puertas de Susa, se había atrincherado un importante contingente militar dispuesto a resistir el avance de Alejandro e impedir a toda costa su entrada en la capital. El primer ataque macedonio contra las defensas persas en el pasoconcluyó en un rotundo fracaso y se saldó con fuertes bajas.
Era casi la primera contrariedad seria que sufría Alejandro en su arrolladora y victoriosa campaña por tierras de Oriente. El soberano macedonio se vio obligado a dividir sus fuerzas para rodear al enemigo por ambos flancos y pudo sortear el obstáculo gracias a la ayuda de un pastor local que indicó a los macedonios una ruta alternativa, no exenta, sin embargo, de complicaciones y dificultades, y que exigía, además, una gran rapidez de movimientos. Las tropas persas fueron finalmente derrotadas y se retiraron a Persépolis, pero cuando llegaron ante las puertas de la ciudad vieron cómo les impidió la entrada el gobernador, que, al parecer, ya había pactado con Alejandro la entrega de la capital persa y le había advertido del peligro del saqueo de sus tesoros.
Alejandro hizo su entrada en Persépolis a finales de enero de 330 a.C. A diferencia de lo sucedido en Babilonia o Susa, el conquistador macedonio permitió a sus soldados que procedieran al saqueo indiscriminado de la ciudad. Algunos testimonios describen con espanto las atrocidades cometidas por los soldados contra la población civil.
La decisión de Alejandro de permitir el brutal saqueo de Persépolis se ha explicado como una impulsiva y airada reacción ante la resistencia ofrecida por el enemigo, que había provocado considerables bajas en su ejército en el ataque inicial a las Puertas de Susa. De la noche a la mañana, el fastuoso complejo palacial que en su día concibió el rey Darío I como el escaparate del poderío aqueménida quedó reducido a un montón de escombros. Eso sí, las crónicas mencionan que Alejandro mostró posteriormente un arrepentimiento tardío por lo sucedido.

La fundación de Roma

 NHG. NÚMERO 92, PÁGINA 62


Según el mito, los gemelos Rómulo y Remo, a los que amamantó una loba, fundaron Roma en el año 753 a.C. Ciertos hallazgos arqueológicos indican que la ciudad surgió hacia aquella época.

Según el mito, Rómulo y Remo, dos gemelos abandonados en el río Tiber y amamantados por una loba, fundaron Roma, ciudad que llegaría a ser el centro de uno de los mayores imperios de la historia. A la pregunta de quién fundó Roma, nadie dudará en responder: Rómulo y Remo. Y en efecto, la representación de los divinos gemelos amamantados por la loba se ha convertido en una imagen universalmente conocida, quizá la que mejor simboliza a la Ciudad Eterna en cuanto que representaba a sus legendarios fundadores. Sin embargo, tal afirmación no responde a la realidad histórica: salvo el caso de las colonias, pocas ciudades de la Antigüedad clásica fueron resultado de una fundación, sino más bien el producto de un largo proceso de formación.
Roma no escapa a esta regla, y, de hecho, debido a la complejidad de la documentación, su origen constituye una de las cuestiones más debatidas y de difícil situación que se plantean los historiadores actuales. Pero si nos situamos en la perspectiva de los antiguos romanos, la intervención de un héroe es por completo necesaria: así como todo un pueblo, excepto los considerados autóctonos, es consecuencia de una migración, la ciudad nace en virtud de la decisión individual de aquel que actúa como fundador.
En el caso de Roma, ese fundador fue Rómulo. Según la versión canónica del origen de Roma, la historia de Rómulo y Remo se remonta a su abuelo Numitor, rey de la ciudad de Alba Longa, en el Lacio. Numitor fue despojado del trono por su hermano Amulio, quien, para evitar futuras complicaciones, decidió segar la descendencia de su rival: ordenó dar muerte a su único hijo varón, mientras que su hija, conocida con los nombres de Ilia y Rea Silvia, la hizo ingresar en el colegio de las vestales, un sacerdocio femenino que obligaba a sus miembros a conservar la virginidad, bajo pena de muerte, durante treinta años, con lo cual le impedía tener hijos. No obstante, cuando en el cumplimiento de sus funciones sacerdotales Ilia se dirigió a una fuente para buscar agua, fue violada por el dios Marte, quien la dejó encinta de dos gemelos.
Una vez tuvo lugar el parto, Amulio ordenó dar muerte a los niños, pero los servidores encargados de tal misión abandonaron la cesta que contenía a los gemelos en el río Tiber. Las aguas desbordadas del río depositaron la canasta con los pequeños a los pies del monte Palatino, y allí una loba, atraída por el llanto de los niños, acudió y les ofreció sus mamas. Poco después aparecieron unos pastores y la loba se alejó; uno de ellos, llamado Fáustulo, recogió a los gemelos y los entregó a su esposa, Acca Larentia, para que los criase. Rómulo y Remo pasaron su infancia y juventud en un ambiente salvaje, entre los pastores de la zona. Pronto les apremió el deseo de fundar una ciudad allí donde les encontró la loba.
Rómulo se impuso a su hermano y procedió a fundar Roma siguiendo las reglas señaladas por el ritual etrusco, trazando un surco con un arado que marcaría el límite de la ciudad. Rómulo estableció la prohibición de atravesar con armas el límite de la ciudad, pero Remo no se conformó y se burló de la obra de su hermano atravesando armado el surco. En la refriega que siguió, Remo encontró la muerte. Según la tradición, Rómulo reinó durante treinta y seis años. Sobre su muerte existían dos versiones. La más antigua dice que desapareció durante una tormenta y fue elevado al cielo, identificado con el dios Quirino. La segunda versión sostiene que Rómulo habría sido asesinado y que su cuerpo fue descuartizado por los senadores, cansados de su comportamiento tiránico.